Felices Pascuas de Resurrección

Felices Pascuas de Resurrección

domingo, 22 de mayo de 2011

Reflexión Dominical 22-05-2011, Domingo V de Pascua





DOMINGO V DE PASCUA


Año A (22 de mayo de 2011)


Hch 6, 1-7; Sal 32; 1P 2, 4-9; Jn 14, 1-12



REFLEXIÓN BÍBLICA DOMINICAL Oscar Montero Córdova SDB



“Enséñame, Señor, tu camino para que siga tu verdad” (Salmos 85, 11)





“No se angustie su corazón. Tengan fe en Dios y tengan fe en mí” (Jn 14, 1). Con estas profundas palabras Jesús se dirige hoy a todos nosotros. Estamos en el mes de María, Madre de Dios y Madre nuestra, y la frase que Jesús ha ofrecido a sus apóstoles se parece a la que el ángel Gabriel comunicara a María el día de la Anunciación: “No temas, María” (Lc 1, 30).



Una comprensión realista de la existencia humana –y más en tiempos de globalización, donde todo el mundo anda y corre agitado y turbado de aquí para allá- nos dice que muchas veces experimentamos la ansiedad, el estrés y hasta la depresión. Hay situaciones límites y no programadas que nos roban la paz del corazón. Jesús, verdadero hombre, ofrece su mensaje a los hombres. No nos habla un ángel, un ser espiritual ajeno a las carencias del mundo. El sentimiento de intranquilidad que ataca a los discípulos es el mismo que Jesús ha vivido ante la muerte de su amigo Lázaro (Jn 11, 33: “Jesús, al verla llorar, y a los judíos que también lloraban, se conmovió y suspiró profundamente), ante la traición de Judas (Jn 13, 21: “Jesús se sintió profundamente conmovido y exclamó: Les aseguro que uno de ustedes me va a entregar”) y ante la inminencia de su destino mortal (Jn 12, 27: “Me encuentro profundamente angustiado”).



Si Jesús, el mismísimo Hijo de Dios, el hombre perfecto (Cfr. Ef 4, 13) no ha podido evitar en su interior los sentimientos encontrados, ¿vamos a pretender nosotros sacarle el cuerpo a los problemas de la vida cotidiana? ¡Imposible! Y aunque no seamos responsables de sentir miedo y angustia en el alma, sí somos responsables de la actitud qué tomemos ante dicho miedo y angustia. Jesús nos propone la actitud de fe: ¡Tengan fe en Dios y tengan fe en mí! (Jn 14, 1). Para los cristianos -discípulos de Cristo e hijos amados del Padre Dios- la vida y sus circunstancias no se comprenden sino desde la dimensión de fe. Podré buscar respuestas en la Psicología, en la Medicina y en toda Ciencia… pero las interrogantes más profundas de la existencia sólo adquieren un sentido desde la fe.



La vida de los santos, a las que a veces contemplamos con rareza y con lejanía, tiene su fundamento en la fe. Cuentan que al final de su vida, mientras presidía una eucaristía en el templo del Sacro Cuore; Don Bosco interrumpió con su llanto la celebración muchísimas veces. Cuando le interrogaron por la razón de tanto sollozo, respondió algo así: ¡Ahora comprendo toda la misión que Dios me confió! ¡Pero si hubiera tenido más fe… hubiera podido llevar a cabo obras mayores…!



Sería conveniente que hoy nos examinemos sobre la medida de nuestra fe. ¿Soy un hombre, una mujer de fe? Ante los problemas y los sufrimientos inevitables de la vida, ¿pierdo fácilmente la paz del corazón? ¿Busco en la fe en Cristo la respuesta y el sentido a mis dificultades? Sería bueno enlazar el tema de la fe con el de las obras. Jesús hoy alude mucho a las obras que realiza en nombre de Dios Padre: “… si no creen en mis palabras, crean al menos a las obras que hago” (Jn 14, 11). ¿Soy un católico creíble por mis palabras y por mis obras? ¿Son las obras expresión de mi fe sincera? ¿Acaso mis palabras van por un lado, y mis obras por otro?



Aunque las lecturas previas y el evangelio se prestan para una reflexión más extensa, quiero que terminemos reflexionando sobre dos dimensiones características de nuestro cristianismo: la verdad y la vida eterna en el cielo.



Asistimos a una profunda crisis de la verdad. Los últimos papas han insistido en su magisterio sobre el tema de la verdad ante una nueva dictadura, más solapada y discreta pero no menos dañina e inmoral: la dictadura del relativismo. Claro que Jesús, el Señor, no nos dejó un tratado sobre la verdad, mucho menos se preocupó por conceptualizarla. Él simplemente dijo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn 14, 6). Los cristianos tenemos nuestra única referencia y nuestro único estilo de vida en Cristo. En la medida que caminamos tras Jesús experimentamos la verdad que nos hace libres (Cfr. Jn 8, 32). En la medida que caminamos tras Jesús experimentamos que la única verdad viene de la revelación de Dios Padre: “Lo que les digo no son palabras mías. Es el Padre que vive en mí, el que está realizando su obra” (Jn 14, 10). Pretender el conocimiento de la verdad sólo con fines utilitaristas es manipularla. De la pregunta por la utilidad de la verdad a la justificación de la corrupción, de la injusticia y de todo pecado sólo hay un paso.



Hace pocos días los medios citaban la declaración del científico británico Stephen Hawking: “El más allá es un cuento de hadas”. La fe cristiana no se puede tragar así no más estas palabras. El creyente, sin olvidar sus tareas en esta tierra, sabe que en “la casa del Padre hay un lugar para todos” (Jn 14, 2). Y esa casa tiene un nombre: el cielo. San Juan Bosco repetía a sus jóvenes: “Los espero en el paraíso”. Allá es nuestro destino, y no es ninguno cuento de hadas.

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