REFLEXIÓN BÍBLICA SEMANAL
Domingo
III del Tiempo Pascual - Año B – 22 de abril de 2012
Publica: Oscar Montero, SDB. (oscarmontero_68@hotmail.com)
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esde el Sábado de la Vigilia Pascual que
volvimos a cantar el Gloria y el Aleluya, la palabra “paz” no ha dejado de hacerse presente en los labios de Cristo
Resucitado. Dios es fiel a sus promesas, y el primero que creyó en la palabra
pronunciada por el Dios de la vida fue su mismo Hijo, Jesucristo. Nosotros,
seguidores de Él, no podemos sino recorrer el mismo camino y fiarnos de su
palabra.
Creer en la
resurrección de los muertos –como rezamos cada domingo después de la homilía
del sacerdote- tiene como fundamento creer
en la resurrección de Cristo. Este acontecimiento que celebraremos durante
cincuenta días no es un hecho del pasado: Cristo, en verdad, no cesa de
ofrecerse por nosotros, de interceder por nosotros ante el Padre. Inmolado, ya
no vuelve a morir; sacrificado, vive para siempre. Pero, ¿cómo experimentar que
Él está vivo?
El Resucitado hoy ha
pronunciado una palabra que hace mucho tiempo el mundo ha perdido. “Paz a ustedes” (Lc 24, 36). Las
excesivas medidas de seguridad con que el mundo moderno nos ha acostumbrado a
vivir, antes que darnos la paz nos la quitan. Las cámaras de seguridad y las
rejas que circundan nuestras casas, los detectores de objetos peligrosos en los
aeropuertos y las alarmas no avisan ni captan la presencia de Cristo y de su
paz. Todo lo contrario, sólo graban nuestros miedos e inseguridades. Sólo nos
alertan de cuán angustiados y ansiosos vivimos.
Pero los que hemos
resucitado con Cristo y llevamos ya una vida nueva, no podemos hacer depender
la verdadera y única paz de cuestiones tan materiales. Jesús, nuestro Señor,
antes de partir nos dejó este testamento: “Les
dejo la paz, mi paz les doy. Una paz que el mundo no les puede dar. No se
inquieten ni tengan miedo” (Jn 14, 27-28).
En uno de sus hechos
más maravillosos narrados por los Evangelios, Jesús camina sobre el agua y
manda calmar la tormenta. Ante el miedo y el susto de sus seguidores, dijo
palabras idénticas a las que escucharon los discípulos el Primer Día de la
Semana: “Soy yo. No tengan miedo”. ¿Cuáles son los grandes miedos que hacen dudar
de la presencia del Resucitado? El miedo que también experimentó Jesús en la
agonía del Huerto y en la soledad de la cruz es lo más humano de la existencia.
Pero como Él, como Pedro –que lo niega lleno de miedo- debemos hacer el camino
para llegar a la confianza. Confianza que sólo se puede apoyar en Dios. Así
rezamos en el Salmo 4: “Escúchame,
cuando te invoco, Dios, defensor mío; tú que en el aprieto me diste anchura”. Tal
vez alguien dirá: “lo que me quita la paz es mi pecados, mis muchos pecados”.
San Juan nos dijo también hoy: “si
alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre, a Jesucristo, el Justo”
(1Jn 2, 1).
Un dato curioso que
han querido revelar los escritores sagrados es que en el cuerpo del Resucitado
están presentes todavía las marcas de “manos y pies”. Y es que el Resucitado es
el Crucificado. El Dios de la vida que resucitó a Jesús rompiendo las ataduras
de la muerte, le hizo justicia al mismo que contemplamos “despreciado y rechazado por los hombres, abrumado de dolores y
habituado al sufrimiento” (Isaías, 53, 3). La vida nueva que ya hemos
comenzado a vivir en Cristo sana nuestras heridas. Pero las marcas de manos y
pies de Jesús nos quieren decir que el camino de la esperanza pasa siempre por
el amor y el sacrificio. No olvidemos nuestras propias marcas, ellas son
señales de la pasión y de los dolores de Cristo que todavía compartimos con Él;
pero también son signos claros del combate del que salimos y saldremos victoriosos.
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