Reflexión dominical 11.03.12
DIEZ IMPEDIMENTOS PARA SER
FELIZ
Cuando el mundo anda al revés
Muchas
personas piensan que las leyes del Señor son un estorbo para encontrar la
felicidad en este mundo.
Creen
que actuando según su capricho y haciendo todo lo que les gusta serían las
personas más felices.
Por
supuesto que a éstos les estorban los diez mandamientos de la ley de Dios y lo
dicen.
Me
imagino cuánto les haría pensar a todos ellos si de repente leyéramos los
mandamientos al revés y nos dedicáramos a cumplirlos a la letra.
Bastaría
empezar por estos tres o cuatro:
-
Maltrata a tu padre y a tu madre.
-
Mata al que se te ponga delante y te moleste.
-
Peca con las esposas de tus mejores amigos y viola a toda mujer que te guste.
-
Roba todo lo que te parezca que será bueno para ti…
Con
esto ¿te parece que el mundo sería muy feliz?
¿No
es verdad que todos nos quejamos de que hay mucha corrupción (y lamentablemente
es cierto)?
Y
las cosas concretas de que nos quejamos ¿no son precisamente fruto de asesinatos,
violaciones, robos, familias destruidas…?
La
verdad es que los diez mandamientos que dejó el Señor a Moisés en el Sinaí y
que Jesús explicó y llevó a una perfección mayor en el sermón de la montaña, no
son impedimento sino más bien la defensa de la verdadera libertad, de la
alegría y de la paz.
Lee
la primera lectura de este domingo, profundízala y admira el amor de este Dios
bueno que nos pide en los tres primeros mandamientos que sea Él el primero en
nuestra vida. Si cumpliéramos estos tres primeros mandamientos, el hacer lo que
piden los otros siete nos harían felices a todos.
Una predicación escandalosa
San
Pablo predicaba.
Predicaba
un evangelio de primera mano. Se lo dio Jesús mismo.
El
resumen de su predicación era “Jesucristo muerto y resucitado”.
Predicaba
con su vida y no sólo con la
Palabra.
Pero
se daba cuenta de que su anuncio era un escándalo para los judíos y los
gentiles más cultos lo rechazaban como una necedad.
A
Pablo no le importaba y seguía predicando:
Ese
“Jesús es fuerza de Dios y es sabiduría de Dios”. Él nos salva.
Esto
es lo que nosotros debemos proclamar también, si queremos salvarnos y que
llegue la salvación a otras personas que no la tienen.
Jesús
es el regalo de Dios para el mundo y Él nos trae la vida eterna de parte del
Dios bueno que nos amó de una manera incomprensible al entregarnos a su Hijo
único.
La casa de mi Padre
Si
un día entraras en la casa de tus padres y te encontraras con puertas y
ventanas rotas y toda llena de basura, ¿te sentirías muy feliz?
Algo
parecido debió sentir Jesús cuando vio que el templo de Dios, lugar del culto
en la historia de Israel, estaba lleno de vendedores de toda clase de animales,
estiércol de los mismos, cambistas ofreciendo las monedas judías o romanas
según el cliente…
Hoy
San Juan nos dice que Jesucristo, “haciendo un azote de cordeles, los echó a
todos del templo, ovejas y bueyes y a los cambistas les esparció las monedas y
les volcó las mesas.
A
los que vendían palomas les explicó:
-
Quitad esto de aquí; no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre”.
Como
en todas las cosas, las actitudes frente a Jesús fueron muy diferentes.
Sus
discípulos recordaron la
Escritura y se admiraron:
“El
celo de tu casa me devora”.
En
cambio los dirigentes judíos le preguntaron, en plan beligerante, ¿qué signos
nos muestras para obrar así?
La
liturgia nos va acercando, poco a poco, a la pasión y muerte de Jesús y en el
Evangelio de este día se nos da ya un dato sobre una de las acusaciones que le
harán:
En
efecto, Jesús, hablando de su propio cuerpo, dijo: “Destruid este templo y en
tres días lo levantaré”.
La
respuesta, tergiversando las palabras del Señor, no se hizo esperar:
“Cuarenta
y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres
días?
El
tiempo aclaró las cosas.
El
Sanedrín encontró en este acto motivo para condenarlo y los apóstoles
encontraron fortaleza en su fe porque “cuando resucitó de entre los muertos se
acordaron de lo que había dicho y dieron fe a la Escritura y a la palabra
que había dicho Jesús”.
Si
amamos la casa de Dios donde escuchamos la explicación de sus leyes
entenderemos mejor el salmo de hoy que nos dice: “la ley del Señor es perfecta
y es descanso del alma”.
José
Ignacio Alemany Grau, obispo
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