REFLEXIÓN BÍBLICA DOMINICAL Oscar Montero
Córdova SDB
DOMINGO III DEL TIEMPO DE CUARESMA
Año
B (11 de marzo de 2012)
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“Quiten
esto de aquí; no conviertan en un mercado la casa de mi Padre” (Jn 2, 16). Jesús ha incursionado
de manera enérgica en el Templo de Jerusalén. Él, como Hijo apasionado, no
puede contemplar que la casa de su Padre se convierta en un mercado, o en una
cueva de ladrones. Pero no sólo la Casa, sino también la religión. ¿Qué tiene
que ver toda esa compra-venta de animales para los sacrificios y el intercambio
de monedas con el solemne mandamiento: “Yo
soy el Señor, tu Dios. No tendrás otros dioses fuera de mí. No te postrarás
ante ellos ni les darás culto (Ex 20, 2-3.5)?
Este episodio fue denominado desde antiguo
“La purificación del Templo”. Y como el Templo era el centro y la
personificación de la religión, yo diría más bien que se puede llamar la purificación
de la religión. Con este gesto muy provocador –y con otros- Jesús se colocó
irrefutablemente en la línea de los grandes profetas de Israel. Así como aquellos
profetas se encargaron de recordarle al pueblo la fidelidad a Dios y a su
alianza, denunciando la idolatría, la falsa religión basada en ritos externos y
la hipocresía de un culto para tapar la inmoralidad y la justicia, hoy Jesús
parece decirnos lo mismo que pregonara Jeremías:
“¿Acaso
piensan que pueden robar, matar, cometer adulterio, jurar en falso, incensar a
Baal, correr detrás de otros dioses que no conocen, y luego venir a presentarse
ante mí, en este templo consagrado a mi nombre, diciendo «Estamos seguros», para
seguir cometiendo las mismas maldades? ¿Acaso toman este templo por una cueva
de ladrones? (Jr 7, 9-11).
Con este gesto Jesús selló su sentencia de
muerte, como la sellaron los profetas del antiguo Israel. Y yo, ¿qué religión
estoy viviendo? ¿Estoy haciendo de mi fe, de mi práctica religiosa un mercado?
¿Creo que Dios es un producto más de consumo de este neoliberalismo? ¿Mi
relación con Dios es una relación comercial de compra-venta para “sentirme
seguro”, “para sentirme salvado”, “para aliviar mi conciencia”? Sin duda, que
vivir una fe por temor dista muchísimo de lo esencial del cristianismo: ser
hijo de Dios. “Consideren el amor tan
grande que nos ha demostrado el Padre: hasta el punto de llamarnos hijos de
Dios; y en verdad lo somos” (1Jn 3, 1). Y la relación de filiación en el
cristianismo es de confianza, de amor gratuito, de esperanza. No de temor.
Pero los profetas no sólo demandaron
coherencia entre fe y vida, entre culto y moral; también insistieron en una
nueva noción de culto y de templo. Zacarías predijo que con la llegada del Día
del Señor –y Cristo ya llegó hace dos mil años- “las ollas del templo del Señor serán tan sagradas como las copas del
altar” (Zac 14, 20). ¡Somos consagrados! Por si no lo sabíamos, desde
nuestro bautismo todo nuestro cuerpo y nuestra existencia quedaron consagrados
a Dios. San Pablo lo dirá en estos términos: “¿No saben que sus cuerpos son miembros de Cristo? ¿O es que no saben
que su cuerpo es templo del Espíritu Santo? (1Cor 6, 15.19)
Esto remece nuestra religión y debe seguir
remeciéndola. Es triste que después de dos mil años de cristianismo, sigamos
pensando que sólo doy culto a Dios en el Templo… y que el resto de mi vida
cotidiana puedo vivir sin pensar en Él e incluso a espaldas de Él. ¡No! Si yo
soy Templo de Dios, Cuerpo de Cristo… estoy llamado a hacer de todo el arco de
mi existencia: trabajo, estudio, sexualidad, vida de familia, descanso,
deporte, comidas, etc. un verdadero culto. Mi maestro de novicios decía: ¡Ser
cristiano no tiene horarios!
Lancémonos a la aventura de consagrarle a
Dios todo… absolutamente todo. “Él
conoce lo que hay dentro de cada hombre” (Jn 2, 25).
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