REFLEXIÓN BÍBLICA DOMINICAL Oscar Montero
Córdova SDB
DOMINGO V DEL TIEMPO ORDINARIO
Año
B (05 de febrero de 2012)
Una vez, un profesor de teología se vio
interpelado por el reclamo de su esposa, la cual, desgarrada de dolor por la
muerte de su padre le gritaba entre lágrimas: “A ver, ¿qué tienes que decir a
todo esto?”. El profesor, lleno de conmoción, le escribió a un sacerdote que le
asesoraba en su tesis doctoral. Cuando esperaba un discurso bien elaborado,
sólo obtuvo por respuesta: “No le digas nada. ¡Basta con que sepa que estás a
su lado!
El misterio del dolor y de la finitud humana
no es algo ajeno a la Escritura. Pero Dios no envío a su Hijo para quitarnos de
encima los males que nos afligen. Dos mil años después de su acontecimiento
salvador la muerte sigue enlutando a muchos; y el dolor y la depresión siguen
postrando a millares de chicos y grandes sin ganas de vivir.
Tal vez, es lógico que después del evangelio
nos interroguemos: ¿Por qué Jesús, nuestro único Salvador, no se acerca a estas
personas -como hizo con la suegra de Pedro-
y los incorpora, los levanta de esa situación de postración y de dolor?
(Mc 1, 30-31). ¡Nadie puede responder esto!
Podemos haber vivido –o estar viviendo- la
amarga desilusión de Job: “… me asignan
noches de fatiga; al acostarme pienso: ¿Cuándo me levantaré? Se alarga la noche
y me harto de dar vueltas hasta el alba. Mis días se consumen sin esperanza.
Recuerda que mi vida es un soplo, y que mis ojos no verán más la dicha”. (Job
7, 1-7). Es más, podemos hasta asumir la resignación de Job. Pero depende
de nosotros, hombres y mujeres de esperanza –porque nuestro Dios es un Dios
vivo y su Hijo es el Resucitado que vive para siempre- qué actitud asumimos
ante el dolor. O hago del dolor y del sufrimiento un lugar de aprendizaje para
la esperanza o simplemente me llevan a la desesperación, a la muerte infeliz y
hasta al suicidio.
Pues bien, creo que estas palabras del papa
Benedicto pueden aclarar más la situación: “Lo
que cura al hombre no es esquivar el sufrimiento y huir ante el dolor, sino la
capacidad de aceptar la tribulación, madurar en ella y encontrar en ella un sentido
mediante la unión con Cristo, que ha sufrido con amor infinito”(Spe Salvi, 37).
¿Y qué decir de la oración? Pareciera como si
ésta estuviera ligada a situaciones límite como la enfermedad y la angustia.
¡No! Si Marcos nos dice que Jesús “muy
de madrugada, antes del amanecer, se levantó, salió, se fue a un lugar
solitario y allí comenzó a orar” es porque para Él la relación con su Padre
era algo fundamental. Jesús estuvo en unión íntima con su Padre Dios toda la
vida. Si bien su oración se hizo más intensa en los días de su agonía y pasión,
era común verlo orar. Y se ve que oraba con pasión y con alegría. No se
acuerdan cuando sus discípulos le pidieron: “Señor, enséñanos a orar… Cuando oren, digan: Padre…” (Lc 11, 1-2).
Oración y enfermedad. ¡Sí! Debemos irnos
quitando esa religiosidad interesada de comunicarnos con Dios cuando estamos en
apuros… pero si un apuro permanente –como puede ser una enfermedad o un
problema grave y que no se va a solucionar pronto- se convierte en una escuela
de oración y de esperanza… ¡Bendito sea Dios! Miren estas nuevas hermosas
palabras del Papa: “Cuando ya nadie me
escucha, Dios todavía me escucha. Cuando ya no puedo hablar con ninguno, ni
invocar a nadie, siempre puedo hablar con Dios (Spe Salvi, 32).
Nosotros quizás estemos bien de salud y sin
tantos agobios. Hagamos como Jesús y acerquémonos
a nuestros hermanos que sufren. Porque “aceptar
al otro que sufre significa asumir de alguna manera su sufrimiento… y el
sufrimiento compartido queda traspasado por la luz del amor” (Spe Salvi, 38).
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