Felices Pascuas de Resurrección

Felices Pascuas de Resurrección

jueves, 10 de noviembre de 2011

Por la muerte de Monseñor Oscar Cantuarias

Pesar ha causado en Piura la muerte de
Monseñor Oscar Cantuarias Pastor, quien fuera

Arzobispo de esta diócesis por 25 años y luego su

Arzobispo Emérito. Su partida fue comunicada ayer muy temprano por la Oficina de Prensa del Arzobispado de Piura. De inmediato las muestras de dolor y pesar se hicieron sentir en las redes sociales y en las calles de Piura. Sus restos serán sepultados hoy jueves en el cementerio San Miguel Arcángel.

Teo Zavala Palacios

La mañana amaneció fría, a pesar de ser noviembre, como anunciando una gran pena. La noticia de la muerte de monseñor Oscar Cantuarias llegó al iniciar la jornada a las redacciones de los periódicos y de inmediato se extendió por las redes sociales. Antes del medio día, toda la ciudad lamentaba la partida de uno de los obispos más controversiales, pero también muy querido y respetado.

En colegios, universidades y hasta en las calles, se lamentaba la muerte de este sacerdote, quien no se calló cuando tuvo que defender al pueblo y que a la oración sumó la acción. Igualmente muchos alababan la decisión de sepultarlo en Piura, tierra a la que amó profundamente. Monseñor Cantuarias Pastor se quedará para siempre aquí, porque así lo quiso. Así lo pidió y lo hizo saber a sus allegados.

Él quiso quedarse junto a los piuranos de quienes decía “tienen un corazón grandazazaaaazo”.

Don Oscar Cantuarias llegó a Piura para ser pastor del pueblo católico en 1981 y se quedó para siempre. Veinticinco años compartiendo las vivencias de este pueblo, caminando de la mano con él, le dieron el derecho de quedarse para siempre en los corazones de los piuranos.

Él hizo suyas las causas de piuranos y tumbesinos. Estuvo al frente de sus luchas y compartió sus sueños y sus desencantos. Estuvo con nosotros durante los dos eventos El Niño y ayudó a las autoridades con su consejo, pero también habló fuerte cuando fue necesario exigir atención por parte del Gobierno Central. Por ello, recordar al obispo emérito de Piura, monseñor Oscar Ronald Cantuarias Pastor en estos momentos, es verlo liderando la marcha para conseguir la Reconstrucción de la ciudad de Piura, después del Fenómeno El Niño de 1983.

Estuvo con las autoridades exigiendo desde la Plaza de Armas los recursos por la explotación del petróleo o canon petrolero. Y hasta formó parte de la dirigencia del Frente de Defensa de los Intereses de Piura. Monseñor Oscar Cantuarias fue un piurano más y vivió cada uno de los momentos difíciles de esta región, junto con los líderes piuranos. Estuvo con Tambogrande en su lucha a favor del medio ambiente. Siempre se identificó con las causas nobles y justas y por ello impulsó la creación de la Caja Municipal de Piura, el Hogar del Niño Piurano. En la época del terrorismo, lideró las marchas por la paz.

También estuvo presente en la gran marcha por la paz convocada durante el conflicto Perú- Ecuador en 1995. Los piuranos lo recordamos caminando por la avenida Grau, tomando café en El Chalán con los niños lustrabotas de la Plaza de Armas o conversando con algún vecino de la ciudad en “El Romano”, acompañado muchas veces por “Cholita”, su fiel y consentida perra. En 1984, Cantuarias trabajó arduamente para que la visita del hoy beato Juan Pablo II sea un éxito. Y lo logró. Además, fue el consejero espiritual de muchas familias piuranas, una de ellas fue la de la alcaldesa Ruby Rodríguez, quien lo recuerda con mucha pena, porque siempre lo consideró su amigo.

viernes, 4 de noviembre de 2011

REFLEXIÓN BÍBLICA DOMINICAL XXXII

DOMINGO XXXII DEL TIEMPO ORDINARIO

REFLEXIÓN BÍBLICA DOMINICAL Oscar Montero Córdova SDB

Año A (06 de noviembre de 2011)

Sabiduría 6, 12-16; Sal 63(62); Mateo 25, 1-13

“También las lámparas que llevan en las manos son las buenas obras; pues escrito está en San Mateo: brillen vuestras obras delante de los hombres (Mt 5,16)” (San Agustín).


La parábola de las vírgenes prudentes y necias de entrada ya puede recordarnos algunos de los valores en los que flaqueamos en la vida ordinaria: la precaución y la puntualidad. Y a más de uno le puede arrancar una sonrisa nuestra capacidad para “improvisar” las cosas y nuestra poca puntualidad. Sin embargo, el mensaje de nuestro Señor va más allá, aunque acercándose más a la virtud de la prevención, algo de lo que adolecen nuestros pueblos latinoamericanos. ¡Basta ver la relación entre obras de prevención y desastres naturales!

“¡Que llega el novio, salgan a recibirlo!” (Mt 25, 6). Pero antes, salieron a esperarlo (Cfr. Mt 25, 1). Los seres humanos vivimos de esperanzas –grandes o pequeñas. Esperamos con ansias el fin de semana, esperamos con alegría la visita a los seres queridos. Los estudiantes esperan con anhelo la llegada del período vacacional. Los que compiten en un torneo esperan ganar el primer lugar, etc. Y sin embargo, vivimos sumidos en una crisis de esperanza. Esperamos mucho y, al mismo tiempo, muy poco o nada. Y es que a pesar de que vivimos en un estado permanente de esperanza, éstas no nos llenan, no nos satisfacen por completo. Es más, mundialmente cunde en varios sectores una desesperanza a gran escala. Es triste escucharlo, pero muchos –y muchos jóvenes- no esperan fidelidad ni perseverancia de los casados ni de los sacerdotes o consagrados. No esperan honestidad de las autoridades ni coherencia de los que se propugnan como maestros.

Pero, ¿puede ser el pesimismo la característica de los discípulos de Jesucristo? Yo entiendo que hay situaciones de frustración y de gran dolor que no podemos cambiar, sobre todo cuando no dependen de nosotros. Sin embargo, por encima de nuestras desilusiones -¡Amargas desilusiones!, decía Juan Pablo II- tenemos que subir la calidad de nuestra espera. ¿Quién espera a Dios? ¿Quién tiene puesta su esperanza en Jesucristo, salvador de la humanidad y del cosmos?

No podemos caer en las equivocaciones de los cristianos del primer siglo, que comenzaron a abandonar su trabajo y sus actividades cotidianas para esperar pasivamente la venida de Jesús. Pero sí podemos proveernos del aceite que incendiaba su corazón y les hacía clamar: ¡Ven, Señor Jesús! ¿No es ésta la aclamación que pronunciamos en la Misa después de la consagración? “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven, Señor Jesús!”.

Cuando sabemos que por encima de todas nuestras relaciones humanas (matrimonio, noviazgo, amistad, trabajo, estudio) está la relación con el único novio, Jesucristo, la alegría nos invade: “¿Es que pueden estar tristes los invitados a la boda mientras el novio está con ellos?” (Mt 9, 15). Cuando hay aceite de amor y de pasión por Dios, cuando nuestro ser se estremece por el único Esposo de la Iglesia, Jesucristo (Cfr. Ap 22, 17) renace una nueva esperanza que nos hace madrugar para buscar a Dios: “Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo”. “Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío” (Sal 63[62]; Sab 6, 14).

Cuando hay suficiente aceite en nuestras lámparas (Cfr. Mt 25, 9) podemos dormir tranquilos: “Mis ojos se retiran, la voz deja su canto. Pero el amor enciende su lámpara velando” (Himno litúrgico para la oración de la noche). Cuando hay suficiente aceite en nuestras lámparas somos del grupo de los prudentes que edifican su casa sobre la roca y se mantiene en pie en medio de los ventarrones y de las sacudidas (Cfr. Mt 7, 24-26). Cuando hay suficiente aceite en nuestras lámparas brillamos con la luz de Cristo delante de los hombres – no obstante las cruces interiores- y todos pueden ver nuestras buenas obras (Cfr. Mt 5, 16).

No sabemos el día ni la hora, pero cuando hay suficiente aceite en nuestras lámparas… la sorpresa –incluso de la muerte- es alegría y confianza, no miedo ni pesar.