Felices Pascuas de Resurrección

Felices Pascuas de Resurrección

viernes, 25 de marzo de 2011

DOMINGO 03 DE CUARESMA



REFLEXIÓN BÍBLICA DOMINICAL Oscar Montero Córdova SDB

DOMINGO 03 DE CUARESMA
Año A 2010 – 2011
Ex 17, 3-7; Rom 5, 1.2-5-8; Jn 4, 4-52

“Buscadores de pozos, sedientos de agua, adoradores que van más allá del templo”

En estos tiempos marcados por el fenómeno del “cambio climático” es impactante ver imágenes de zonas completamente resecas e inhóspitas, sobre todo por la falta de agua. Una imagen parecida es la que el evangelista Juan aplicará Jesús, quien nos ofrecerá el agua viva.

Sin embargo, quiero llamar la atención sobre cómo comienza Jesús su diálogo con la mujer samaritana. El Maestro le dice: “Dame de beber” (Jn 4, 7). Pero, ¿cómo así? El que que la da la vida eterna, el que sacia toda sed; ¿le está pidiendo de beber a una mujer, y a una mujer extranjera, enemiga de los judíos? Sí, así es. Una confesión de San Agustín y de Madre Teresa nos pueden ayudar a comprender esta extraña petición del Señor. Dice el obispo de Hipona que Jesús tenía sed de la fe de la samaritana. La santa de Calcuta afirma: “Él, el creador del universo, pedía el amor de sus criaturas. Tiene sed de nuestro amor”. ¿Nos damos cuenta de la profundidad de estas palabras? Dios, el Padre de Jesús y el Padre Nuestro, mendiga nuestro amor. Dios sufre cuando lo rechazamos, cuando nos negamos a relacionarnos con él por la fe y por el amor. Esto, sin duda, nos ayuda a entender el grito agónico de Jesús en la cruz: “Tengo sed” (Jn 19, 28). Nuestro Salvador está sediento de la fe de todos, también de los que se creen sus enemigos.

Pero Jesús, hábilmente, conduce la conversación sobre el agua -que él no puede sacar del pozo- a otro tema: "Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva" (Jn 4, 10). ¿De qué se trata esta agua viva de la que habla el Señor? ¿Qué tiene de especial dicha agua que conduce a la samaritana a decir: “Señor, dame de esa agua” (Jn 4, 15)? Creo que la experiencia vivida por el pueblo de Israel en su éxodo nos puede ayudar a comprender mejor el don de Dios que Cristo promete a la mujer. Nos dice unos versículos que lamentablemente la primera lectura omite: “Cuando acamparon (…) el pueblo no tenía agua para beber. Entonces acusaron a Moisés y le dijeron: “Danos agua para que podamos beber” (Ex 17, 1-2).

A nosotros nos sucede lo mismo que al pueblo en la marcha por el desierto: nos cansamos, nos fatigamos, nos quejamos. Un hermoso himno litúrgico reza así: “Hartos de todo, llenos de nada. Sedientos al brocal de tus pozos…” Pero el problema no está en tener sed. Porque en algún momento la vida se nos hace aburrida a todos. El problema estriba en dónde saciamos nuestra sed. ¿Cuál es el pozo donde mi vida busca reposo? Los judíos se hicieron un becerro de oro y lo adoraron, porque se cansaron de Dios. ¿Es mi pozo el Señor? ¿Es la Palabra de Dios, los sacramentos y la oración, la fuente que busco para satisfacer mi sed existencial? ¿O acaso prefiero los pozos de la ciencia, del dinero, del consumismo, de la fama? Escuchemos y hagamos oración estas hermosas palabras del salmista: “Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío. Tiene sed de Dios, del Dios vivo. ¿Cuándo entraré a ver el rostro de Dios?” (Salmo 42[41]).
Ahora, estemos muy alertas con olvidar que esto es un don. La carta a los Romanos, que es la segunda lectura de este domingo, dice: “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado. En efecto, cuando nosotros todavía estábamos sin fuerza, en el tiempo señalado, Cristo murió por los impíos” (Rom 5, 5-6). Es el Espíritu el que nos impulsa a buscar a Dios, a buscar los pozos de la fe. ¿Acaso no fue el Espíritu el que también llevó a Jesús al desierto? No sobreestimemos nuestra condición de católicos. San Pablo nos repite: “cuando estábamos sin fuerza”. A veces le rezamos a Dios para que nos quite de encima una carga pesada y parece que el cielo calla. No desesperemos cuando estemos sedientos por Dios, pero tampoco dejemos de buscarlo. Cuando sea el tiempo señalado, Él sabrá reanimarnos, Él hará surgir el pozo.
Siguiendo con el diálogo entre Jesús y la samaritana, la humilde aceptación de su condición pecadora (simbolizada a través de los cinco maridos, que en la simbólica de los pueblos semitas alude a los baales o dioses falsos a los que se entregó Samaría) la lleva a preguntar por el verdadero lugar de adoración del único Dios. "Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén darán culto al Padre”. Jesús deja claro que el culto cristiano no es cuestión de lugar. Para adorar a Dios se parte de una actitud: Él es Padre, nosotros somos hijos. Y el hijo, que vive por el don del Espíritu, no reduce su culto y su liturgia al Templo. El hijo es hijo es cualquier lugar, pero siempre en la verdad, en la sinceridad de una vida recta. Cito estas palabras de Monseñor Romero, el santo de los pobres y excluidos de América, de quien conmemoramos 31 años de su martirio: “… la Iglesia busca adoradores de Dios en espíritu y en verdad; y esto se puede hacer bajo un árbol, en una montaña, junto al mar. Donde haya un corazón sincero que busca sinceramente a Dios, allí está la verdadera religión.”.
Creo que esto último es esencial para la renovación de la Iglesia y de la sociedad. Si el mensaje de Jesús y la práctica cristiana la seguimos encarcelando a la hora dominical de la misa, a nuestra media hora de rosario, a mi lectura privada de la Biblia, ¿dónde quedó eso de ser sal de la tierra y luz del mundo? El culto cristiano no es sólo la oración ni la evangelización, es también la caridad concreta, la caridad en acto. Que nuestra existencia toda sea una verdadera liturgia, como dice san Pablo: “ofrézcanse como sacrificio vivo, santo, agradable a Dios. Éste debe ser su auténtico culto” (Rom 12, 1). ¡María, refugio de los pecadores, ruega por nosotros. Amén.

domingo, 20 de marzo de 2011

Domingo 02 de Cuaresma


REFLEXIÓN BÍBLICA DOMINICAL: Oscar Montero Córdova SDB
DOMINGO 02 DE CUARESMA
Año A 2010 – 2011
Gn 12, 1-4; Mt 17, 1-9

“Per crucem ad lucem”


Per crucem ad lucem. Por la cruz a la luz. Este viejo adagio latino viene muy bien para nuestra reflexión dominical enmarcada por el evangelio de la Transfiguración del Señor. A veces quisiéramos suprimir del cristianismo la pasión, el dolor, el sufrimiento, la cruz y quedarnos sólo con el paraíso, la gloria, el cielo, la resurrección. No, esto es imposible; incluso en la vida humana. El dolor y el sufrimiento del Hijo de Dios son algo necesario en su camino a la Pascua: “¿No era necesario que el Mesías sufriera todo esto para entrar en su gloria? (Lc 24, 26; cfr. Mc 8, 31).

Un dato que nos va a ayudar a comprender mejor el mensaje de Dios para este fin de semana es el siguiente. El texto de la Transfiguración en el que Jesús –en lo alto de un monte, según la Tradición el monte Tabor- cambia de aspecto y le muestra a tres de sus discípulos su gloria y su triunfo definitivo figura en los tres evangelios sinópticos: Mateo, Marcos y Lucas. En los tres está precedido de la confesión de Pedro: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16, 16) y de la respuesta de Jesús que indica con toda claridad el carácter sufriente y trágico de su mesianismo: “Entonces Jesús empezó a enseñarles que el Hijo del hombre tenía que sufrir mucho (…) que lo matarían, y a los tres días resucitaría” (Mc 8, 31).

¿Se imaginan la decepción de los discípulos? Estarían con los ánimos por el suelo. Para los judíos era inconcebible que el Mesías, el mismísimo Salvador e Hijo de Dios fuera tan débil y acabara como un abandonado de Dios en el peor suplicio de la época: la cruz. Pues, a nosotros, nos pasa otro tanto. Sin pretender justificar o suavizar los males físicos o espirituales que sufrimos, la vida se ha encargado de enseñarnos que el dolor es inherente a la experiencia humana. Los ratos de felicidad y de alegría son pocos y de corta duración a comparación de la fatiga del diario caminar. ¿Está condenada la vida a ser así? ¿Qué luz nos dejan hoy las lecturas de la Palabra de Dios?

“En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña alta. Se transfiguró delante de ellos…” (Mt 17, 1). Jesús está en camino hacia la ciudad santa de Jerusalén (los profetas no mueren fuera de Jerusalén, ver Lc 13, 33). De manera que su destino no es del nada feliz. Pero se quiere dar alientos y dárselos también a sus discípulos. Por eso les muestra su gloria, una luz en medio del túnel de confusión que han creado sus propias palabras.

La montaña es lugar de encuentro con Dios: de oración, de paz, de calma; sitio para rehacer las fuerzas. ¿Me dejo llevar por Jesús a la montaña? ¿Soy capaz de hacer un alto en la rutina de cada día (de cada semana, de cada mes, de cada año) para encontrarme con Dios y tomar más confianza y así reemprender el camino? La oración íntima de cada día, la Eucaristía dominical, una buena confesión. Un rato agradable en familia; la alegría de ver el crecimiento humano y espiritual de las personas que amamos. Una buena amistad; una obra de caridad hecha con sinceridad de corazón… son también momentos en los cuales Dios rejuvenece, resplandece, transforma, transfigura la monotonía de nuestra existencia. ¡Grave tentación sería no querer subir nunca a esta montaña del encuentro con Dios!

“Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús: ‘Señor, ¡qué bien se está aquí! Si quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.’” (Mt 17, 4). ¿Verdad que uno quisiera que los momentos arriba enunciados se prolongaran por toda la vida y nunca regresáramos a cargar la cruz de cada día? Esta es otra tentación a la que no puede ceder la Iglesia: olvidarse de la realidad; olvidarse que en la parte de abajo de la montaña también están Jesucristo y los hermanos esperándonos para reiniciar el camino. Moisés y Elías también se encontraron a Dios en la montaña. Pero sabían que su misión estaba abajo. Moisés descendió del Sinaí para enfrentarse a la terquedad de un pueblo que se entregaba a la idolatría (Cfr. Ex 34, 15ss.) y Elías bajó del Horeb para seguir siendo perseguido por los mismos israelitas que querían matarlo (Cfr 1Re 19, 9ss). Como Abrahán, en la primera lectura, la vida cristiana es un eterno peregrinaje sin saber qué hallaremos en el camino: "Sal de tu tierra y de la casa de tu padre, hacia la tierra que te mostraré” (Gn 12,1).

En el camino de la vida se irán sucediendo estas dos realidades: subir a la montaña para respirar; bajar de ella para seguir andando. Pero Dios está tanto en la cima de ella como en el sendero. Nuestra esperanza en el Señor muerto y resucitado nos dice que al final del camino está la tierra prometida: el Gran Domingo en que Dios nos hará entrar en el descanso del cielo.

Para culminar les regalo estas hermosas estrofas del canto del padre Edgar Larrea: “No todo acabará en el fracaso de la cruz. Por medio de la muerte se abrirá un reino de luz. No es tiempo de acampar, al mundo hay que transfigurar. Nos vamos transformando en imagen de Jesús. Este es mi Hijo, mi amado, escúchenlo. Este es mi Hijo, mi amado, escúchenlo. Hagan suyo su camino, el camino de su amor. Síganlo en obediencia: por su cruz hasta su luz.”

domingo, 13 de marzo de 2011

DOMINGO 01 DE CUARESMA

REFLEXIÓN BÍBLICA DOMINICAL Oscar Montero Córdova SDB

DOMINGO 01 DE CUARESMA

Año A 2010 – 2011

Gn 2, 7-9; 3, 1-7; Rom 5, 12-19; Mt 4, 1-11

“Nadie es tentado más allá de sus fuerzas” (San Pablo)

El mejor sociólogo del momento, el polaco Zygmunt Bauman, ha descrito la cultura El miércoles, con la imposición de las cenizas sobre nuestra frente, se nos dio la clave para vivir con intensidad este tiempo litúrgico de la Cuaresma: “Conviértete y cree en el Evangelio”. (Mc 1, 15). Este camino de conversión, camino que recuerda la dolorosa peregrinación de Israel a través del desierto durante cuarenta años, tendrá que dejarnos listos para ingresar con gozo y limpios de pecado a la gran Semana Santa que tendrá en la solemne Resurrección del Señor su culmen.

Las lecturas de este domingo giran en torno a las tentaciones del Señor en el desierto, el pecado de Adán y Eva, y la gracia del don de Dios y de su Palabra que serán nuestras armas para el combate cristiano contra las mentiras del diablo.

El evangelista nos dice que “Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu Santo para ser tentado por el diablo” (Mt 4, 1). En este caso el desierto no es imagen de sequedad o de soledad. El desierto es el lugar del encuentro con Dios. Pero de nosotros depende que los compromisos de cada día –ya que ha Dios no hay que buscarlo fuera de nuestra vida cotidiana- se conviertan en oportunidad de encuentro con Dios o de queja contra Él. Como el resto fiel del pueblo de Israel, ¿confieso que Dios siempre me ha conducido por mi desierto; que mis ropas y mis sandalias no se gastaron a pesar de lo duro del camino; que aunque no tenía para comer ni beber, mi Señor me alimentó y así me di cuenta que Él era mi único Dios (Cfr. Dt 29, 4)? ¿O estoy de la otra parte del pueblo? De esos que durante los cuarenta años no hicieron más que hablar mal de Dios, de dudar de su presencia y de preguntarse ¿está o no está el Señor con nosotros? (Cfr. Ex 17, 7). Si el Espíritu del Señor es el que me conduce cada día podré encontrar en lo cotidiano alegría y paz; si yo mismo soy el que cargo mi espíritu de mediocridad, aburrimiento y pesimismo, ¿por qué voy a culpar a Dios?

El tentador se le acercó y le dijo: "Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes." (Mt 4, 3). Todos, a cierta etapa del camino de la vida –nuestro gran desierto-, experimentamos hambre o sed. O sea, surge una necesidad de tipo material o espiritual (dependiendo de nuestra condición). Jesús, al responderle al diablo que "No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios" (Mt 4, 4) nos está diciendo qué tanto confiamos en su Palabra para resolver nuestras grandes interrogantes y cuestiones del día a día. Nadie duda que los hombres y las mujeres del siglo XXI tengan poder para transformar muchas cosas. Sí, la tentación de la serpiente susurra con más insistencia en nuestros oídos en esta época de auge tecnológico: "No morirán. Bien sabe Dios que cuando coman de él se les abrirán los ojos y serán como Dios en el conocimiento del bien y del mal." (Gn 3, 4-5) Pero, ¿es acaso la ciencia y esa codicia por dominar el mundo la fuente de la verdadera felicidad, el camino para solucionar todos los problemas? ¿No nos damos cuenta que hay misterios en la vida que sólo Jesucristo, el Hijo de Dios, el hombre verdadero, puede iluminar? ¿No nos damos cuenta de que hay hambres que sólo Cristo, pan vivo y verdadero, puede saciar?

La segunda tentación es: "Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: ‘Encargará a los ángeles que cuiden de ti, y te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras.’" (Mt 4, 6). No les parece que Jesús volvió a experimentarla en el momento de la pasión: “Si es rey de Israel, que baje ahora de la cruz y creeremos en él. Ha puesto su confianza en Dios; que lo libere ahora, si es que lo quiere, ya que decía: ‘Soy Hijo de Dios’” (Mt 27, 42-43). La gente no tiene que creer en nosotros por lo espectacular de nuestra vida. El triunfalismo no debe ser el camino de la Iglesia (aunque en la historia a veces hayamos optado por él). Con esto no negamos que tienen que haber obras –ser luz del mundo (Cfr. Mt 5, 14)-; pero no pretendamos que nuestra vida convenza a todo el mundo. El cristiano espera recompensa sólo de su Padre, que ve en lo secreto y lo escondido (Cfr. Mt 6, 4.6.18). Y no pensemos que por ir a misa, comulgar, confesarnos, orar, etc. estaremos libres de tentaciones. ¿Acaso Jesús no acababa de ser bautizado? (Cfr. Mt 3, 13-17). No le creamos al tentador, nosotros ya sabemos que Dios nos quiere. Pero no condicionemos nuestra confianza en Dios a sus ‘milagros’. Si sabemos que nos ama y se complace por nosotros, no le pidamos pruebas; antes bien, démosle pruebas que somos sus hijos haciendo lo que él quiere, no lo que le gusta a la gente.

En la última tentación (la última de este pasaje, mas no de la vida), el diablo le ofrece a Jesús todos los reinos del mundo. ¡Maldito poder, maldito dinero! Bien maldecido por Jesús. No nos hagamos ilusiones. Hace dos domingos lo dejó bien claro el Maestro: “No se puede servir a Dios y a Mamón (el dios de las riquezas)” (Mt 6, 24). Que nuestra autoridad no sea autoritarismo; que nuestra administración sobre los bienes sea fiel y sin “cerrarnos a nuestros semejantes” (Cfr. Is 58, 7). Que el ocupar cargos sea servicio y no autoservicio (Cfr. Mc 10, 45).

¿Cómo poder con todo esto? No desconfiemos, porque el combate cristiano es un combate desigual, pero a favor de nosotros. Porque “no hay proporción entre la gracia que Dios concede y las consecuencias del pecado” (Rom 5, 16). “Hasta ahora, ustedes no tuvieron tentaciones que superen sus fuerzas humanas. Dios es fiel, y él no permitirá que sean tentados más allá de sus fuerzas” (1Cor 10, 13). No olvidemos el final de la oración del Padre Nuestro: “Padre Nuestro… no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal”. Amén.

martes, 8 de marzo de 2011

Para ti Mujer


Para ti Mujer

¿Qué hay de malo, en querer cuidar a una mujer, si ella te cuida a ti? Las mujeres tienen fuerzas y capacidades que asombran a los hombres.

Ellas, se encargan de los niños, pueden sobrellevar penas y situaciones muy “pesadas”, sin embargo tienen espacio para la felicidad, el amor y la alegría.

Ellas sonríen cuando quieren gritar, cantan cuando quieren llorar, lloran cuando están contentas y ríen cuando están nerviosas. Pero al mismo tiempo que tienen toda esa fortaleza interior, son capaces de esperar impacientes una llamada de teléfono de su esposo o de sus hijos, sólo para oír sus voces y saber que llegaron sanos.

Las mujeres tienen cualidades especiales, por eso siempre se ofrecen para buenas causas. Son voluntarias en hospitales, llevan comida a los necesitados, trabajan como niñeras, amas de casa, abogadas y solucionan problemas entre niños y vecinos. Además se adaptan a lo que sea necesario, por eso usan trajes, vaqueros, uniformes y minifaldas.

Las mujeres recorren largos caminos para conseguir la mejor escuela para sus hijos y la mejor atención para la salud de su familia.

Ellas no aceptan un "no" como respuesta cuando están convencidas que hay una solución. Saben perdonar.

Son extremadamente sensibles e intuitivas y los hombres no acaban de entender por qué ríen o lloran ante un nacimiento o un matrimonio. Sin embargo hay más, esa sensibilidad e intuición también les permite saber que un abrazo, un beso y decir te amo en el momento oportuno, puede sanar un corazón roto.

Una mujer puede lograr que una mañana, una tarde o una noche romántica sean inolvidables. Las mujeres vienen en todos los tamaños, colores y formas; viven en casas, palacios o cabañas. Ellas corren, caminan, pueden usar un automóvil tanto como una computadora.

Las mujeres tienen mucho qué decir y mucho para dar. El corazón de las mujeres hace girar el mundo. Y a cambio, todo lo que ellas esperan es un abrazo, un beso o una caricia.

El amor que ella entrega apasionada e inocentemente al hombre a quien ama, es el mismo que le impulsa a cuidar a su amado cuando está enfermo o simplemente prepararle una taza de té en las frías noches de invierno.

La belleza de una mujer no está en la ropa que lleva, en su figura o en la forma en que se peina. Si quieres descubrirla, tendrás que mirarla a los ojos, que es la puerta de su corazón, donde reside la esencia de su alma. La belleza de una mujer aumenta con el paso de los años.

Comparte este mensaje con tus amigos, para que sepan reconocer una verdadera mujer cuando toque a su puerta y no la dejen ir.

José Luis Prieto

domingo, 6 de marzo de 2011

DOMINGO 09 DEL TIEMPO ORDINARIO

REFLEXIÓN BÍBLICA DOMINICAL Oscar Montero Córdova SDB

DOMINGO 09 DEL TIEMPO ORDINARIO

Año A 2010 – 2011

Sal 30, Mt 7, 21-27

“Sé la roca de mi refugio, Señor” (Salmo 30,3)

El mejor sociólogo del momento, el polaco Zygmunt Bauman, ha descrito la cultura postmoderna con los adjetivos de líquida, filtrante, fluida, disoluble y soluble. Es como si la solidez y la consistencia de las relaciones humanas, de la moral y de las instituciones (familia, escuela, iglesia) se hubiera evaporado por una fuerte presión. Hoy, Jesús, yendo contracorriente, nos presenta la vida cristiana edificada sobre la Roca firme de su mensaje (Él es el mensaje, Él es la Buena Noticia, el Evangelio).

“No todo el que me dice ‘Señor, Señor’” (Mt 7,21). Si vamos aunque sea rápidamente a la escena del Juicio Final narrada por el mismo Mateo (25,31-46) descubriremos que también los que no reconocieron a Jesús en el hermano pobre y necesitado lo llaman “Señor”. De modo que el problema no es sólo de palabra, es sobre todo de obra.

¿No parece raro que la gran crítica al cristianismo y a la Iglesia sea la incoherencia de sus pastores y de sus fieles? Como católicos somos expertos y rígidos en la doctrina = orto (recta) doxia (doctrina). ¿Por qué no podemos ser también expertos y firmes en la práctica = orto (recta) praxis (práctica)? Nuestro Salvador, en su vida terrena, se cuidó muy bien de no cojear en esto. Si la gente de Galilea se admiraba de la enseñanza del Nazareno, no era por su calidad de orador –aunque no negamos sus cualidades discursivas, Él es la Palabra hecha carne (Cfr. Jn 1, 14)-; sino por su autoridad (Cfr. Mt 7,28). Como creyente, ¿me he ganado esta autoridad?

Pero, ¿qué es eso de entrar en el reino de los cielos? ¿Cuál es la voluntad del Padre de la que Jesús habla con muchísima frecuencia en los Evangelios? Primero, no identifiquemos la entrada al templo con la participación del reino de Dios. Aunque suene duro, ¡Hay muchas personas sobre las que Dios reina sin que nunca hayan pisado un templo católico! Del reinado de Dios Padre se participa por la puesta en práctica de su voluntad; voluntad que nos ha enseñado Jesús: “El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica” (Mt 7,24).

Las palabras fundamentales de la predicación de Jesús las encontramos en los evangelios que hemos venido meditando desde el Domingo V hasta ahora. Se llama el Sermón del Monte (Mt 5,1 ̶ 7, 28), y es la síntesis de toda la moral cristiana que se vive radicalmente en el seguimiento de Cristo. Ser humilde, justo, pobre en el espíritu, limpio de corazón; anhelar la justicia; superar los mandamientos con un amor más grande; perdonar de corazón y hacer el bien a los enemigos; confiar en Dios y no en las riquezas… son las actitudes que Jesús nos regaló como Carta de Identidad de todo cristiano. ¡Esta es la voluntad de Dios! ¡Esto es lo que Dios quiere! ¡Esta la única manera de participar del Reino del amor y de la justicia! Reino que empieza aquí pero que se hace pleno en el cielo.

“... se parece al hombre prudente que edificó su casa sobre roca” (Mt 7,24). Y yo, ¿sobre qué estoy construyendo mi vida? El profeta Ezequiel reprendía duramente a los falsos predicadores que ilusionaban al pueblo de Dios con mentiras. “… y mientras el pueblo se construía una pared inconsistente, ellos la recubrían de cal: ¡Se caerá! Vendrá un aguacero torrencial (…) Se desplomará (…) entonces reconocerán que yo soy el Señor.” (Ez 13,10.11.14) Jesús no vino a edulcorarnos la vida (espero que yo tampoco). Le vino a dar sentido, para que cuando vengan las dificultades no cedamos a la tentación; sino que seamos como los metales resistentes que soportan las grandes temperaturas. La Psicología habla hoy de resiliencia. ¿Voy a esperar que se arruine mi vida para confesar a Jesús como la Roca de mi existencia? No, antes bien, oremos con el salmista: “A ti, Señor, me acojo, no quede yo nunca defraudado. Sé la roca de mi refugio, una fortaleza donde me salve”. (Salmo 30)