Felices Pascuas de Resurrección

Felices Pascuas de Resurrección

domingo, 6 de marzo de 2011

DOMINGO 09 DEL TIEMPO ORDINARIO

REFLEXIÓN BÍBLICA DOMINICAL Oscar Montero Córdova SDB

DOMINGO 09 DEL TIEMPO ORDINARIO

Año A 2010 – 2011

Sal 30, Mt 7, 21-27

“Sé la roca de mi refugio, Señor” (Salmo 30,3)

El mejor sociólogo del momento, el polaco Zygmunt Bauman, ha descrito la cultura postmoderna con los adjetivos de líquida, filtrante, fluida, disoluble y soluble. Es como si la solidez y la consistencia de las relaciones humanas, de la moral y de las instituciones (familia, escuela, iglesia) se hubiera evaporado por una fuerte presión. Hoy, Jesús, yendo contracorriente, nos presenta la vida cristiana edificada sobre la Roca firme de su mensaje (Él es el mensaje, Él es la Buena Noticia, el Evangelio).

“No todo el que me dice ‘Señor, Señor’” (Mt 7,21). Si vamos aunque sea rápidamente a la escena del Juicio Final narrada por el mismo Mateo (25,31-46) descubriremos que también los que no reconocieron a Jesús en el hermano pobre y necesitado lo llaman “Señor”. De modo que el problema no es sólo de palabra, es sobre todo de obra.

¿No parece raro que la gran crítica al cristianismo y a la Iglesia sea la incoherencia de sus pastores y de sus fieles? Como católicos somos expertos y rígidos en la doctrina = orto (recta) doxia (doctrina). ¿Por qué no podemos ser también expertos y firmes en la práctica = orto (recta) praxis (práctica)? Nuestro Salvador, en su vida terrena, se cuidó muy bien de no cojear en esto. Si la gente de Galilea se admiraba de la enseñanza del Nazareno, no era por su calidad de orador –aunque no negamos sus cualidades discursivas, Él es la Palabra hecha carne (Cfr. Jn 1, 14)-; sino por su autoridad (Cfr. Mt 7,28). Como creyente, ¿me he ganado esta autoridad?

Pero, ¿qué es eso de entrar en el reino de los cielos? ¿Cuál es la voluntad del Padre de la que Jesús habla con muchísima frecuencia en los Evangelios? Primero, no identifiquemos la entrada al templo con la participación del reino de Dios. Aunque suene duro, ¡Hay muchas personas sobre las que Dios reina sin que nunca hayan pisado un templo católico! Del reinado de Dios Padre se participa por la puesta en práctica de su voluntad; voluntad que nos ha enseñado Jesús: “El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica” (Mt 7,24).

Las palabras fundamentales de la predicación de Jesús las encontramos en los evangelios que hemos venido meditando desde el Domingo V hasta ahora. Se llama el Sermón del Monte (Mt 5,1 ̶ 7, 28), y es la síntesis de toda la moral cristiana que se vive radicalmente en el seguimiento de Cristo. Ser humilde, justo, pobre en el espíritu, limpio de corazón; anhelar la justicia; superar los mandamientos con un amor más grande; perdonar de corazón y hacer el bien a los enemigos; confiar en Dios y no en las riquezas… son las actitudes que Jesús nos regaló como Carta de Identidad de todo cristiano. ¡Esta es la voluntad de Dios! ¡Esto es lo que Dios quiere! ¡Esta la única manera de participar del Reino del amor y de la justicia! Reino que empieza aquí pero que se hace pleno en el cielo.

“... se parece al hombre prudente que edificó su casa sobre roca” (Mt 7,24). Y yo, ¿sobre qué estoy construyendo mi vida? El profeta Ezequiel reprendía duramente a los falsos predicadores que ilusionaban al pueblo de Dios con mentiras. “… y mientras el pueblo se construía una pared inconsistente, ellos la recubrían de cal: ¡Se caerá! Vendrá un aguacero torrencial (…) Se desplomará (…) entonces reconocerán que yo soy el Señor.” (Ez 13,10.11.14) Jesús no vino a edulcorarnos la vida (espero que yo tampoco). Le vino a dar sentido, para que cuando vengan las dificultades no cedamos a la tentación; sino que seamos como los metales resistentes que soportan las grandes temperaturas. La Psicología habla hoy de resiliencia. ¿Voy a esperar que se arruine mi vida para confesar a Jesús como la Roca de mi existencia? No, antes bien, oremos con el salmista: “A ti, Señor, me acojo, no quede yo nunca defraudado. Sé la roca de mi refugio, una fortaleza donde me salve”. (Salmo 30)

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