Felices Pascuas de Resurrección

Felices Pascuas de Resurrección

domingo, 4 de julio de 2010

HOY ME DESPERTARON LOS PAJAROS (Mons. José Ignacio Alemany Grau, Obispo)


Reflexión dominical 04.07.10
“Tú eres Pedro y sobre esta piedra ...”
Lo leo ante un sagrario improvisado en un salón de rejas abiertas a un paisaje de algarrobos y sol poniente.
El sol ha ido cayendo en la oscuridad. Su despedida era como una hoguera lejana entre los árboles movedizos.
Delante de mí hay otro Sol.
Lo dijo Él: “Yo soy la Luz del mundo”.
Interesante; luce más la vela del improvisado altar que el Sol metido en el copón.
Es un contraste como todo lo que es de fe.
La noche me quitó el paisaje y sigo leyendo:
«...Edificaré mi Iglesia»
Me encantó el texto bíblico porque escribo en la fiesta de Pedro y Pablo.
La dignidad de Pedro no le quita nada al fuego de Pablo.
¿Quién es Pedro?
Una contradicción: hombre débil y voluble. Lo elige Jesús.
Cae hasta el fondo de la traición y se levanta, purificado por los ojos firmes de Jesús que lo mira a través de la sangre que le cae de las espinas y bañado en sus propias lágrimas de arrepentimiento.
Aprendió y en la humildad se hizo roca hasta el punto de confirmar su fe con la sangre de su propia cruz.
Ya sabe Pedro que ésa será su Iglesia:
Entre ataques de afuera y traiciones de los de dentro («al estilo Judas») seguirá siendo roca para todo el que acepte a Jesús como su Dios y Señor.
Resulta interesante ya que nunca podría representar la Iglesia del Señor de la misericordia quien no aprendió en propia carne la pobreza de su debilidad.
Cada día lo vemos.
Cuesta descubrir pobrezas propias y ajenas y seguir creyendo.
Cuesta sentir la traición y seguir abrazando al enemigo como pidió Jesús...
Él no edificó la Iglesia de Pedro. Edificó su propia Iglesia. Aquella por la que dio la vida humana y a la que donó también su vida divina.
A Pedro le dio las llaves de la responsabilidad.
A Pedro le pesaron tanto “las llaves del Reino” recibidas de Cristo que se las entregó al siguiente Papa y éste al otro... y hoy las tiene Benedicto XVI, con el gozo de saber que otro elegido de Dios las seguirá llevando hasta la Parusía. Entonces las recibirá de nuevo Jesús.
¡Qué firme la roca!
¡Qué segura las llaves!
!Qué invencible el Reino!
Y a pesar de todo qué débiles los hombres que soportan su peso.
Menos mal que todo terminará en los brazos del Padre que dirá a cada uno: «Ven, bendito de mi Padre»...
¿Y quién fue Pablo?
No está entre los doce. Pero fue apóstol privilegiado, escogido por Jesús en el camino de Damasco.
Pablo dominaba el Antiguo Testamento y ansiaba la llegada del Mesías.
Un buen día se le presentó Jesús, glorioso y vencedor, y le dijo:
- El Mesías soy yo... al esperado de las naciones lo tienes delante de ti.
- El siervo de Yavé soy yo: mira las cicatrices gloriosas de mis llagas...
Y Pablo, el hombre inteligente, el fariseo sabio y bien formado, el hombre “de las tres culturas” sólo tuvo una palabra:
- ¿Qué quieres que haga?
¡¡Y lo hizo!!
Cristo fue su vida en adelante.
Lo sacrificó todo por el Evangelio y lo llevó hasta los confines del mundo entonces conocido.
Pablo, como lo había hecho Pedro, selló con su sangre el Evangelio del Señor Jesús que fue la pasión de su vida.
Todos nosotros le debemos a él el camino humano por el que nos llevó el Evangelio hasta hoy.
Gracias a Pedro y gracias a Pablo.
Esta reflexión se me ocurrió contemplando el póster que está bajo el copón, en el atardecer del 29 de junio.
Me sentí animado al saber que la debilidad humana está sostenida por este Hombre Dios que se hizo pan de Eucaristía para ser nuestra fortaleza... y está muy cerca de quien se acerca a Él…
Hoy no sonó el despertador, tampoco preparé la alarma confiado en la naturaleza y no me defraudó. Los chilalos cantaron a Dios unos minutos antes de las seis de la mañana. Las soñas y muchos pájaros como el negro de voz potente alababan al Creador.
Es que la casa de retiro Villa San Jacinto está metida en un bosque de algarrobos altos y de troncos robustos que guardan entre sus ramas nidos de distintas especies. Recordé gozoso que anoche entre sus ramas altas se mecía la luna grande y pálida.


José Ignacio Alemany Grau, Obispo

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